EL PRECURSOR DEL EURO

Tras casi 14 años en circulación, da la impresión de que la gente está definitivamente acostumbrada al euro. Cada vez es más extraño oír hablar de los precios en pesetas, salvo que nos refiramos a precios anteriores al 2002 o, en ocasiones, al precio de una vivienda. Las turbulencias financieras que hemos vivido estos últimos años han llegado a poner en marcha especulaciones acerca de la posibilidad de colapso del euro y de vuelta a las monedas nacionales, pero si algo ha quedado claro ha sido la férrea determinación de las instituciones europeas de mantener una de sus más significativas políticas comunes. Salvo hecatombe, el euro llegó para quedarse.



No solo cada vez nos acordamos menos de todas aquellas monedas que teníamos que cambiar cada vez que cruzábamos la frontera, sino que además ignoramos el hecho de que el nombre de la moneda única podría haber sido distinto. Efectivamente, durante casi 20 años se llamó ECU (European Currency Unit, Unidad Monetaria Europea) y fue una unidad de contabilidad interna para el llamado Sistema Monetario Europeo (SME).

El SME entró en vigor en Marzo de 1979 y trataba de dar respuesta a los desequilibrios surgidos en las economías europeas durante el periodo de crisis económica y financiera abierto a principios de la década de 1970. Sus funciones principales consistían en facilitar la cooperación financiera y, junto con el Mecanismo Europeo de Cambio, garantizar la estabilidad monetaria en la entones Comunidad Económica Europea, estableciendo un mecanismo de control en los tipos de cambio de las diferentes monedas que lo integraban: los Países Miembros se comprometían de esta forma a restringir los tipos de cambio de sus monedas a unos márgenes de fluctuación específicos.



Esto, junto con la adopción del ECU, constituía el germen de la futura moneda única. Esta moneda artificial funcionaba en realidad como una "canasta" de las divisas integrantes del SME: francos belga y francés, marco alemán, corona danesa, libras esterlina e irlandesa, lira italiana y florín neerlandés. Posteriormente se unirían el franco luxemburgués, el dracma griego, el escudo portugués y, por supuesto, nuestra peseta. El ECU estaba compuesto por la suma de cantidades fijas de estas monedas, estimándose el porcentaje de cada una de ellas dependiendo del peso económico y financiero de los estados. Para el cálculo de estos porcentajes se utilizaban tres criterios:

1.participación de cada una de las divisas en el comercio intracomunitario
2.el PIB de cada país
3.la cuota de cada país en el Fondo Europeo de Cooperación Monetaria

De esta forma, la moneda dominante era el marco alemán (aprox. 32 %) seguido por el franco francés (aprox. 20 %), la libra esterlina (aprox. 13 %), el florín neerlandés (aprox. 10 %)y la lira italiana (aprox. 8-9 % dependiendo del momento). La peseta por su parte tuvo una participación de poco más de 4 %.

El ECU era pues una referencia esencial para el control de los tipos de cambio de las monedas integrantes, dado que servía para fijar los tipos de cambio centrales en el mecanismo de cambios del SME. Se usaba también como referencia para las operaciones de intervención y crédito y era utilizado como medio de pago y de reserva de los bancos centrales de la CEE. Además, podía ser utilizado para transacciones financieras privadas, siempre que las partes en cuestión lo acordaran. De hecho, una moneda como esta ofrecía numerosas ventajas a los inversores: además de estar respaldada por una organización internacional de gran prestigio, posibilitaba la diversificación extranjera sin los riegos que supone fiarlo todo a la moneda de un solo país. El ECU, aunque nunca llegara a las calles, no fue solamente una moneda de referencia, puesto que contó con atribuciones propias del dinero: medio de cambio, unidad de cuenta y depósito de valor.



La composición del ECU, al depender de varias monedas nacionales, era revisable cada cinco años. La última revisión se llevó a cabo en 1989 y su composición quedó congelada en 1993 con la entrada en vigor del Tratado de la Unión Europea, que contemplaba la puesta en marcha de la Unión Económica y Monetaria, paso adelante sin precedentes en el proceso de integración europea. El 1 de Enero de 1999 el Euro, con una paridad 1:1 con el ECU, sería adoptado como moneda única europea, aunque como sabemos no circularía como moneda física hasta tres años después.

Los motivos del cambio de nombre de la moneda única dieron de qué hablar, como suele ocurrir ante un acontecimiento de tal magnitud. Parece ser que el nombre original despertaba recelos dadas sus fuertes connotaciones francesas, pues el écu (escudo) fue moneda de referencia en Francia desde el siglo XIII hasta la época revolucionaria. Además, el canciller Kohl señaló que fonéticamente le recordaba a "ein kuh", es decir, "una vaca" en alemán. Finalmente en Diciembre de 1995 se optó por lo más seguro y los Países Miembros de la UE decidieron adoptar la denominación que pudiera generar más consenso (decisión que, por cierto, se tomó en Madrid).

Pese a que en sus dos décadas de existencia el ECU obtuvo varias atribuciones propias de las monedas físicas, nunca pasó de ser una moneda virtual. Aún así, las autoridades monetarias europeas no pudieron resistirse a la tentación de darle una apariencia física para conmemorar ocasiones especiales y para deleite de los coleccionistas. En la entrada de hoy presento dos ejemplos. Por un lado una moneda española de 1 ECU de plata de 1989 con una alegoría del rapto de Europa y otra británica de 25 ECUs de cuproníquel de 1992 que representa a las Tres Gracias en el reverso y a Neptuno y Europa tras un globo terráqueo. Bonitos recuerdos sin duda de este precursor de la moneda que ya hemos incorporado de forma definitiva a nuestra vida diaria.

Fuente:curiosidadesnumismaticas.blogspot

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